Antes de adentrarnos en este tema, cabe recordar que la ansiedad es una emoción compleja. La sensación de ansiedad es algo normal y recurrente en todas las personas, dado que resulta útil ponernos en “alerta” por ejemplo, ante una reunión de trabajo o un examen.
Pero lo que es realmente molesto de la ansiedad, es cuando esta aparece de forma desajustada respecto a la situación que la ha generado.
Los trastornos de ansiedad se caracterizan por presentar un miedo o ansiedad intensa y/o una preocupación excesiva. Estos trastornos generan un importante malestar y afectan al funcionamiento habitual de la persona. En función de cuál sea el foco principal de la preocupación se habla de un trastorno u otro.
En las primeras conversaciones con los pacientes en consulta, muchas veces hablamos de “la ansiedad por la comida”, pero realmente no siempre se trata de ansiedad, este termino se aplica como un cajón desastre a toda una serie de motivaciones o formas de alimentarse que son percibidas como anómalas por los propios pacientes.
Intentamos conseguir en consulta que cada persona pueda describir mejor lo que le ocurre cuando hace referencia a su sensación de ansiedad por la comida.
En relación a lo alimentario, me gusta hacer la diferenciación entre dos aspectos fundamentales.
Realmente comer por un motivo emocional no es nada fuera de lo común, pero como con cualquier otra situación, tenemos que evitar la costumbre de mezclar emociones con comida.
No es exagerado, enn otros artículos ya hemos debatido sobre la asociación de los alimentos ultraprocesados y ultrapalatables. Podemos equipararlos con el mismo tabaco, o el consumo excesivo del azúcar y el síndrome de abstinencia que este genera.
Lo que se siente hacia la comida es más bien un fenómeno de craving, que de ansiedad como tal.
El cortisol, la dopamina y la serotonina son las hormonas responsables de generar respuestas emocionales implicadas en el hambre emocional. Cuando estamos estresados, nuestros cuerpos se inundan de cortisol, eso nos hace buscar el contraste.
Mientras comemos, el cerebro segrega dopamina, un neurotransmisor cerebral relacionado con las sensaciones placenteras; cuanto más nos gusta los que estamos probando, más dopamina produce el cerebro.
La relación entre dopamina y obesidad ha sido señalada en numerosos artículos científicos, se ha comprobado que las personas obesas suelen poseer menos receptores de dopamina que las demás, y por tanto, la cantidad de placer percibido respecto una sustancia puede variar mucho, necesitando más de dichos alimentos para generar ese efecto placentero.
Por suerte, los niveles de dopamina se pueden regular introduciendo de forma equilibrada tareas o actividades que también produzcan la descarga de esta sustancia, como puede ser la actividad física o la implicación en la consecución de metas y objetivos.
La serotonina, que puede llegar a causar depresión cuando sus niveles son bajos, también juega un papel importante en la regulación del hambre emocional.
El tratamiento radica en motivar, y ser capaz de poner conciencia a la hora de relacionarnos con la comida, observando cuando las emociones se sientan en la mesa con nosotros.
Otro punto importante es poder establecer un diario de situaciones donde nuestra conducta alimentaria haya sido desajustada y poder saber bajo qué circunstancias o estados emocionales se es más vulnerable a comer de forma emocional.
Una vez se establecen patrones de conducta, se intenta trabajar sobre la interpretación que hacemos de las situaciones que nos llevan a sentir emociones de alta intensidad que nos desbordan, buscando aprendizajes que nos ayuden a gestionar mejor esas situaciones sin llevarlas a la comida.